La imagen distorsionada de Darío III
- Ex Oriente Lux
- 14 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 17 jun 2020

Presentado la mayoría de las veces como un cobarde, un incompetente y pusilánime por una gran parte de la tradición histórica ¿ cómo era realmente el “ Gran Rey” de Persia?
La actitud del propio monarca persa respecto a su enfrentamiento con Alejandro no parece que fuera la que nos describen habitualmente las fuentes y que ha quedado inmortalizada en el famoso mosaico de Pompeya sobre la batalla de Issos, la de un cobarde que rehuía el combate y trataba siempre de escapar cuando las cosas se ponían difíciles. La monografía del historiador francés, experto en el imperio aqueménida, Pierre Briant sobre Darío III ha reivindicado la memoria del rey persa, construida en nuestros testimonios sobre los esquemas devaluadores de los monarcas orientales corrompidos por el lujo excesivo de su corte y a la poderosa sombra de su heroico rival, unas circunstancias que lo condenaban irremisiblemente al papel de simple blanco de la victoria sin apenas mayor capacidad de maniobra que tratar de evitar su captura. Aunque el nombre de Darío III no figuraría en los lugares de honor de la lista de los grandes conquistadores de imperios, como sus antepasados Ciro el Grande o Darío I, no debemos olvidar que llevó también a cabo importantes hazañas en el curso de su reinado como una exitosa campaña contra los cadusios ( una antiguo pueblo del noroeste del Irán) que aparece reflejada en diversos testimonios. Las fuentes griegas le achacan la culpa principal de la derrota persa en Issos y Gaugamela, a causa de su repentina e inesperada huida del escenario de batalla. Su comportamiento real, lejos de las interpretaciones enemigas, parece haber obedecido a otras motivaciones como evitar que su persona, con todo el simbolismo que comportaba, cayera en manos del enemigo, lo que habría significado evidenciar de forma clara la sumisión final a su adversario, que podría así exhibir entre su botín de guerra la emblemática figura del rey y convertirse de esta forma en su legítimo y reconocido sucesor por derecho de conquista.
Arriano nos presenta la escena habitual con la huida apresurada de Darío cuando avistó la mínima señal de peligro. Sin embargo tal actitud es contradicha abiertamente por los restantes testimonios que ponen de manifiesto la heroica resistencia del monarca persa, quien según Plutarco permaneció en su puesto hasta que vio que habían muerto sus más inmediatos defensores, y que según Diodoro combatió personalmente sobre su carro lanzando jabalinas contra los atacantes hasta que Alejandro alcanzó con su lanza al cochero del rey, lo que originó una situación de pánico generalizado entre los efectivos persas al creer que era el propio rey el que había muerto en el embate y producirse a continuación la fuga indiscriminada de sus tropas. Curcio y Justino aluden por su lado el detalle dramático del intento de suicidio del rey persa con el fin de evitar la vergüenza que comportaba la derrota. Pero hay indicios más que suficientes para valorar positivamente el talante y la actitud del monarca persa a pesar de las trabas de una tradición literaria claramente hostil y poco dispuesta a reconocer su valía en detrimento de la grandeza de su principal protagonista.
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