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La Batalla de los 300 campeones: la lucha homérica entre las ciudades de Esparta y Argos

  • Foto del escritor: Ex Oriente Lux
    Ex Oriente Lux
  • 21 abr 2021
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 4 may 2021


Representación gráfica de restos de pertrechos de hoplitas espartanos acumulados de forma que representen una fosa común

La Batalla de los 300 Campeones fue una batalla que se produjo en 545 a. C. entre Argos y Esparta. En vez de utilizar ejércitos completos ambas partes acordaron enfrentar 300 de sus mejores hombres unos contra otros. Después de una sangrienta batalla sólo tres hombres quedaron, dos argivos y un espartano.


Nos cuenta el historiador griego Heródoto de Halicarnaso, en el primero de Los nueve libros de historia, que la batalla de los Campeones fue un combate excepcional entre una selección de los 300 mejores guerreros hoplitas de Argos y otra de los 300 mejores guerreros de Esparta por el control de la región de Tirea. Pero esta no sería una batalla campal al uso, no se enfrentarían los 600 campeones entre ellos siguiendo la táctica, sino que se trataría de una larga sucesión de combates singulares, siguiendo el modelo homérico de combate que quedó inmortalizado con letras de oro en la Ilíada.

A mediados del siglo VI a. C., las polis de Argos y Esparta se disputaban el dominio de la costa oriental de la península del Peloponeso. Su rivalidad venía de lejos, como mínimo desde mediados del siglo anterior. Las luchas entre Argos y Esparta fueron continuas y la causa principal fue la posesión del territorio de Cinuria o Tireátide, zona fronteriza entre Lacedemonia y la Argólida. Argos estaba considerada por los griegos como la ciudad más antigua de Grecia, su remota antigüedad y el prestigio que poseía por ser escenario de algunos de los mitos y leyendas más populares le dieron un aura y un poder inmensos, pero pronto surgiría un rival en suelo peloponesio que amenazaría esta hegemonía argiva.


Llanura de Tirea
Llanura de Tirea

Durante la Edad Oscura, Argos, que había sido la ciudad dominante del Peloponeso, empezó a ver con desconfianza el crecimiento del poder e influencia de Esparta en los asuntos que concernían a la península del Peloponeso. El carácter expansionista de los lacedemonios los llevó a invadir las regiones adyacentes de Mesenia y Arcadia en su lucha por imponer la hegemonía espartana en el sur de la Hélade. Así que, más tarde o más temprano, el choque entre estas dos potencias era inevitable. El primer enfrentamiento, la batalla de Hisias (669 a. C.), se decantó del lado de los argivos. Vencieron gracias al uso de una novedosa táctica de guerra inventada por ellos: la formación en falange. Por aquel tiempo, el ejército espartano no había adoptado aún esta formación en falange que tan famosos harían a los espartanos en la Historia. Esparta, derrotada por esta nueva forma de hacer la guerra, tomaría buena nota del invento argivo. Poco después, copiaría, desarrollaría, mejoraría y perfeccionaría esta nueva creación de Argos, para derrotar a su acérrimo rival con sus propias tácticas.

Cien años después, para el año 545 a. C., Esparta se había convertido en un Estado totalmente militarizado que disponía de un ejército muy bien equipado, preparado y curtido y entrenado tras las guerras constantes por expandir su influencia en el Peloponeso. El ejército de Esparta se había convertido en una máquina de guerra casi perfecta que había conseguido dominar como ninguna otra ciudad-estado el empleo de la falange. Una vez controlado todo el sur del Peloponeso, su nuevo objetivo eran los llanos de Tirea, en el Este. Era un territorio cercano a la Argólida, lo que significaba una clara afrenta a los argivos. Y Argos, sin pensarlo fue a la guerra, quizás con el recuerdo de las anteriores victorias sobre los espartanos.

Para esta ocasión, las dos ciudades-estado movilizaron dos ejércitos muy igualados y de tamaño considerable para la época, probablemente un número en torno a los 10.000 soldados. Pero cuando llegaron al campo de batalla, se constató que no estaban por la labor de entablar combate; una batalla de tal magnitud podía acabar diezmando su ciudadanía, ya que por aquel entonces los hoplitas eran exclusivamente ciudadanos libres que luchaban por su polis. Una sangría en el campo de combate mermaría sus recursos humanos y los dejaría luego a merced del resto de sus enemigos. Así las cosas, los comandantes de ambas ciudades pactaron un encuentro y allí acordaron que, en vez de comprometer a todas las tropas, librarían un gran combate de campeones entre los 300 mejores guerreros de cada bando, digno de las míticas luchas de griegos y troyanos en la guerra de Troya. Los que se alzasen con la victoria, se quedarían con el territorio. Y así se evitarían la masacre total de los dos ejércitos al completo.


Hoplitas espartanos en lucha

Un combate a lo grande, con los dioses como testigos, en el que solo podía quedar uno. Cientos de combates singulares, en los que se irían enfrentando uno contra uno, a muerte, y el vencedor lucharía a continuación con otro adversario. Y así hasta que también cayese. Los heridos o incapacitados no recibirían atención médica y ninguno de los bandos permitiría que se llevaran a ningún herido del campo de batalla y para evitar la tentación de ayudar a sus compatriotas, los dos ejércitos se retirarían de la zona a una distancia prudente donde no tuvieran a la vista a los 600 campeones.


Se convino que saliesen a pelear trescientos de cada parte, con la condición de que el país quedase por los vencedores, cualesquiera que lo fuesen; pero que entretanto el grueso de uno y otro ejército se retirase a sus límites respectivos, y no quedasen a la vista de los campeones; no fuese que presentes los dos ejércitos, y testigo el uno de ellos de la pérdida de los suyos, les quisiese socorrer. Hecho este convenio, se retiraron los ejércitos, y los soldados escogidos de una y otra parte trabaron la pelea […]


Heródoto, Los nueve libros de historia, LXXXII


Después de los correspondientes sacrificios a los dioses comenzaron los combates. La lucha duró todo el día y fue dura, encarnizada, y muy igualada. Lanza y espada contra escudo, carne y huesos contra el dolor y el miedo. Tan feroz e igualada estuvo la lucha que, al anochecer, de seiscientos hombres quedaban solo tres: dos argivos en pie, Alcenor y Chromio, y un espartano, Otríades, malherido de gravedad en el suelo. Los de Argos inspeccionaron la zona para asegurarse de que no había más supervivientes pero, en la creciente oscuridad, no advirtieron que Otríades seguía con vida. Creyéndose vencedores regresaron rápidamente a Argos para anunciar su victoria a la ciudad.

Pero los argivos habían cometido un grave error al retirar a sus dos campeones del cambo de combate. Aunque moribundo, el espartano Otríades se convirtió, en el último superviviente de ambos ejércitos sobre el terreno. Antes de morir, sus ilotas le ayudaron a indicar la victoria. Esta parte no está clara y hay diferentes versiones que nos han llegado a través de diferentes autores clásicos que narraron el evento. Gravemente herido, se levantó como pudo con la ayuda de lanzas rotas que usó para poder alzarse. Reunió los escudos de los muertos y erigió un trofeo. Escribió en el trofeo con su propia sangre "A Zeus el Guardián de los Trofeos "(Διὶ τροπαιούχῳ)

Otras versiones narran que llevaron las armas de los argivos a la parte espartana del campo y formaron un signo de victoria; otros, que le ayudaron a escribirlo con su propia sangre en el escudo. Incluso hay una versión, más peregrina, que cuenta que llegó a poner en formación a sus compañeros muertos y aguantó en su puesto con vida hasta que regresaron los ejércitos, al alba. Lo que sí parece seguro es que sus heridas eran devastadoras y no tenía esperanzas de regresar a su patria con vida, y que por eso decidió suicidarse. Los ilotas también debían testificar que se había dado muerte por su propia mano. Esto era importante porque así nadie podría argumentar que había muerto por las heridas infligidas por sus enemigos y quitarle, así,

Sobrevivió lo suficiente como para contarles esto a los ilotas encargados de su equipaje, y luego se suicidó. La tradición espartana era clara, Otríades, que estaba avergonzado de ser el único espartano superviviente, decidió suicidarse en el campo de batalla en lugar de regresar a Esparta. El motivo del suicidio es la férrea ley espartana, pero el acto es de gran importancia tanto para la moral como para la propaganda lacedemonia. Otríades no había caído por una espada argiva, y los espartanos siempre pudieron afirmar que sobrevivió a la batalla y se suicidó avergonzado, ganando así el honor a ojos de la sociedad espartana.

El caso es que no quedaba nada claro qué ciudad había vencido. Unos, los argivos, argumentaban que tenían más supervivientes; los otros, los espartanos, que el suyo era el único que se había mantenido en el campo de batalla durante toda la noche. Como ni espartanos ni argivos cedieron, al final tuvo lugar la batalla que tanto habían querido evitar a toda costa. Argos no se tomó muy bien que los espartanos reclamaran la victoria y envió a todo su ejército hoplita al completo, que se encontró con una fuerza espartana de igual tamaño. Los espartanos obtuvieron una victoria decisiva total y absoluta y como resultado obtuvieron el control de la disputada Tirea. Fue después de esta batalla cuando los espartanos adoptaron la práctica de dejarse crecer bien largo el cabello como signo de orgullo, frente a la costumbre contraria que por lo general imperaba entre los demás griegos. Y en el lugar de la batalla comenzaron los espartanos a realizar una festividad anual en conmemoración de la batalla de los Campeones conocida como Parparonia.


Esta batalla supuso el fin para las aspiraciones de Argos de mantener su hegemonía en la región. Argos ya solo tuvo supremacía religiosa y la falta de peso político y fuerza de Argos hizo que durante las Guerras Médicas no participara como otras ciudades-estados griegas en la defensa de la Hélade contra Persia, declarándose neutral. La pérdida de la batalla de los Campeones, o bien la posterior derrota en la batalla total que le siguió fue un recuerdo muy amargo que se quedó clavada para siempre en el orgullo de los ciudadanos de Argos. Nunca olvidaron que Esparta les había arrebatado la supremacía sobre el Peloponeso y, en adelante, en cualquier empresa o la guerra siempre se posicionaron en el bando contrario a los espartanos. Más de un siglo después, durante la Guerra del Peloponeso, los argivos exigieron una repetición de la batalla de los Campeones. Pero Esparta, que ya empezaba a ver bastante mermado el número de sus espartiatas, no aceptó un desafío con el que no tenía nada que ganar.




Fuentes

CARTLEDGE, Paul: Los espartanos. Una historia épica, Ariel, 2009

HERÓDOTO: Los nueve libros de Historia, Edaf, 1989

«Battle of Champions – 546 B.C.», en Ancient Greek Battles

Plutarco, Paralelos entre las historias griega y romana, Moralia,

Plutarco, De la malicia de Herodoto, Moralia,

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