La batalla de las cadenas: cuando los espartanos "vendieron la piel del oso antes de cazarlo"
- Ex Oriente Lux
- 19 oct 2021
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Durante el siglo VIII a. C. Esparta, en busca de nuevos terrenos cultivables, llevará a cabo una política expansionista gracias a las reformas del mítico Licurgo. Esparta empezará sometiendo a toda Laconia, comenzando por controlar toda la llanura de Eurotas. Luego, rechaza a la potente polis de Argos y asegura toda la región. La segunda etapa consiste en la anexión de Mesenia. En este momento, Esparta es la ciudad más poderosa de la región, solo Arcadia y Argos pueden hacerle frente. La conquista y sometimiento de Mesenia es un verdadero punto de inflexión para la ciudad: a partir de ahora, Esparta hará todo lo posible para fortalecer el poder militar de la ciudad y tener controlados a los ilotas mesenios para evitar revueltas, convirtiendo al estado espartano en un estado policial fuertemente militarizado. Esparta se convierte en la ciudad hoplita por excelencia.
En el siglo VI a.C., la Hélade, como llegó a conocerse el área de asentamientos griegos, se extendía desde el estrecho de Gibraltar en el oeste hasta la parte más oriental del mar Negro. Esto fue producto de lo que los historiadores modernos denominan, para abreviar, el movimiento de colonización, o período de colonización, aunque es importante recordar que Siracusa, por ejemplo, fundada por Corinto en 733, o Taras (Tarento), fundada por Esparta más o menos en 706, no eran colonias en el sentido actual de la palabra, sino poblaciones totalmente nuevas e independientes desde el inicio. Una explicación de que Taras fuera la única colonia espartana era que Esparta podía resolver el problema del ansia de tierra que había detrás de buena parte del movimiento de colonización en su conjunto expandiéndose hacia Laconia y Mesenia. En cierto modo, de hecho, el Estado espartano de Lacedemonia no era sólo un Estado conquistador sino más exactamente un Estado colonial. No obstante, aproximadamente un siglo y medio después de la fundación de Taras, se apoderó de los espartanos una avidez de tierra, o acaso deberíamos decir más bien una renovada ambición imperial.

Tras expandirse primero hacia el sur y el oeste, los espartanos decidieron extender su territorio hacia el norte, lo que significaba conquistar la región interior de la Arcadia, en el Peloponeso central. En la actualidad, la imagen de Arcadia ha llegado a ser la de un paisaje bucólico, idílico, de aspecto seductor y delicado, pero la verdadera Arcadia antigua era una zona montañosa dura y agreste. Estaba lo bastante alejada para que sobreviviera un dialecto que es el descendiente histórico más directo del dialecto predominante en las tablillas en Lineal B de la micénica Edad Tardía del Bronce, y era lo bastante pobre para ser una fuente regular de ávidos arcadios en busca de trabajo como mercenarios en el extranjero desde, al menos, principios del siglo V. Esparta, que todavía se estaba recobrando de la derrotas en los levantamientos de Hisias y Mesenia, necesitaba obtener más tierras y recursos, y la victima elegida para comenzar con la conquista de la región fue la ciudad arcadia de Tegea.
Pero invadir, conquistar y oprimir a otros griegos simplemente por ansia de tierras y recursos no era una buna idea para los espartanos, por lo que había que justificar esta acción militar para evitar perder prestigio a ojos del resto de los griegos, además era vital evitar protestas o que otras polis griegas se aliaran con los arcadios. La mejor forma de conseguir este propósito era usar la carta de la religión. Naturalmente, los espartanos fueron perfectamente capaces de fabricar una autorización divina para su incursión en Arcadia, en forma de oráculo ideado para adelantarse a la acusación de que se trataba de una simple y pura agresión. No obstante, el respaldo divino tardó un tiempo considerable en convertirse en un éxito, y al final los espartanos tuvieron que conformarse con bastante menos que una repetición de su conquista de Mesenia. Así pues los espartanos antes de emprender una acción militar fueron a consultar la voluntad de los dioses al mayor y más prestigioso oráculo del mundo griego, el oráculo de Delfos. Pero el oráculo les dijo que no conquistarían toda Arcadia pero que era posible que Tegea cayera. Las palabras exactas del oráculo a los espartanos fueron que:
“te daría Tegea para que bailes con los pies en punta y su bella llanura para medir la línea”.
Pero como suele pasar mucho en la historia de los griegos y los augurios del oráculo, los espartanos malinterpretaron este oráculo, creyendo que se refería a ellos midiendo la línea para dividirlo en kleros (la tierra asignada a cada ciudadano espartano al llegar a la mayoría de edad). Así que entendiendo que los dioses bendecían la acción militar de Esparta, marcharon alegremente y sin miedo los espartanos a la batalla contra Tegea pero, además de portar hoplones, lanzas, espadas y armaduras, portaban también las varas con las que parcelar su nuevas tierras que pronto sería conquistada por la fuerza espartana y además llevaban consigo cadenas y grilletes con las que encadenar a los habitantes de Tegea, que pronto verían su status de hombres libres reducido a simples ilotas, los esclavos que con su trabajo, sudor y lágrimas engrasaban perfectamente el estado espartano.
Aunque hoy en día no conocemos con exactitud como transcurrió la citada batalla, si sabemos que Esparta fue derrotada de manera humillante y la batalla se convirtió en leyenda, eso si, una leyenda humillante para la memoria de Esparta. Los espartanos fueron derrotados y los supervivientes acabaron como prisioneros de guerra cargados con sus propias cadenas. La batalla acabó siendo conocida como la batalla de los Cadenas, y un siglo después, en el templo de Atenea Alea, en Tegea, a Heródoto le enseñaron lo que, según se afirmaba, eran las cadenas verdaderas. Heródoto destaca en sus comentarios la actitud arrogante de Esparta y el estatus no militarista de Tegea, y dijo que el fracaso de la batalla para los espartanos y la vergüenza que la acompañaba inspiraron a Esparta a mejorar aún más su ejército. Tiempo después, transcurridos 600 años, era tal la fuerza de la tradición que al viajero griego de inspiración religiosa Pausanias por lo visto le mostraron las mismas cadenas en Tegea.
Esta historia es un buen ejemplo de como en esta vida, las acciones que llevamos a cabo pueden no salir bien si en vez de concentrarnos, estamos pensando en las mieles del éxito antes de conseguir ese éxito. “Vender la piel del oso antes de cazarlo”, o el famoso “cuento de la lechera” son muy buenas frases populares que apuntan en este sentido.
BIBLIOGRAFÍA:
Los espartanos: el mundo de los héroes guerreros de la antigua Grecia, de Paul Cartledge.
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