Mohenjo-Daro: la gran sorpresa
- Ex Oriente Lux
- 17 jun 2020
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Actualizado: 22 jun 2020

A comienzos del siglo XX, la arqueología británica vivía momentos de euforia y gozaba de gran prestigio por el hecho de haber redescubierto a las primeras civilizaciones de la historia, gracias a los hallazgos de sir Arthur Evans en Creta, los de Howard Carter en Egipto y Leonard Woolley en Mesopotamia. Precisamente, en la década de los felices años veinte, al mismo tiempo en el que el Valle de los Reyes asombró al mundo con los tesoros de Tutankhamón, un monje budista condujo a un oficial del Servicio Arqueológico de la India hasta un convento. El edificio se alzaba en lo alto de un montículo junto a una stupa.
Pronto, John Marshall se percató que el túmulo no escondía reliquias de Buda, sino los restos de una antiquísima y desconocida cultura, coetánea a las por entonces más afamadas civilizaciones egipcia y mesopotámica. La gente de la región llamaba al lugar el Montículo de la Muerte, en lengua sind Mohenjo-Daro, por la desolación que lo rodeaba. Sin embargo, bajo ese lugar desértico no tardaron en surgir vestigios de una época mejor, plena de vida. De cuando el Indo, al igual que el Nilo en Egipto, se desbordaba cada primavera alimentado por la nieve derretida del Himalaya y dejaba su cuenca cubierta por un limo muy fecundo, tras el paso de las aguas de camino hacia el océano Indico. Este fenómeno, junto al sol radiante de Asia meridional, había permitido el florecimiento, en el remoto III milenio a. C., de una cultura agrícola y urbana tan próspera, organizada y avanzada como desconocida en el Valle del Indo. Los trabajos arqueológicos de Mohenjo-Daro, como se bautizó el yacimiento,revelaron un gran centro urbano de tamaño y características similares a otro descubierto en la segunda mitad del siglo XIX 600 kilómetros más al noroeste: Harappa. Como se pudo comprobar tras nuevas excavaciones por la zona de influencia del Indo, ambas urbes fueron los asentamientos más importantes de una civilización común a toda la región. La organización política y social de esta cultura del Indo, así como sus creencias religiosas, sigue siendo un misterio.No se han encontrado restos de palacios, templos o grandes monumentos, lo que ha dado pie a plantear la hipótesis de que esas gentes se organizaban en una sociedad de tipo igualitario.
La estructura urbana de la ciudad adopta la forma de retícula cuadriculada, la primera conocida en la historia. El sistema más innovador de las ciudades del Indo fue su sistema de alcantarillado, uno de los mejores y más antiguos de la antigüedad. Las alcantarillas estaban construidas con ladrillos cocidos, mucho más resistentes a la humedad que los simples ladrillos secados al sol o adobes. Su mantenimiento era una tarea necesaria, pues la suciedad los hubiera obstruido en cuestión de pocos años. Esto nos da a entender el importante nivel de civilización y organización del trabajo alcanzado por la antigua Civilización del valle del Indo. Se estima que en su momento de mayor ocupación, Mohenjo-Daro contaba con 35 000 habitantes. La ciudad se encontraba cercada por murallas defensivas de ladrillo cocido. Abarcaba aproximadamente un kilómetro cuadrado de extensión y comprendía dos zonas: la ciudadela, sobre un montículo, en donde se encontraba el centro administrativo y quizás religioso; y la "ciudad baja", donde se agrupaban los barrios de artesanos, zonas residenciales, graneros y almacenes. Esta organización parece que es el resultado de una planificación urbana. La importancia de los descubrimientos arqueológicos efectuados en Mohenjo-Daro es de sumo interés; en él se ha descubierto una importante red de alcantarillado público, una gran fortaleza y lo más importante: un gran baño de uso comunal, posiblemente destinado a celebraciones o rituales en los que participaba un gran número de gente. Algunos autores ven en este gran baño el precursor de los baños públicos de posteriores civilizaciones.
La ciudad fue abandonada alrededor del año 2.000 a. C., posiblemente debido al cambio en el curso del río Indo, alejando las crecidas anuales de la ciudad y con ello la base de su economía. También se ve posible que la sobreexplotación humana llevó al deterioro medioambiental, transformando una sabana arbolada en desierto yermo en poco más de mil años.
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