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La guerra de los impuros: la guerra civil de los seguidores del dios Seth contra el orden tebano

  • Foto del escritor: Ex Oriente Lux
    Ex Oriente Lux
  • 24 nov 2020
  • 12 Min. de lectura

Actualizado: 24 nov 2020

La llamada guerra de los impuros fue una guerra civil revestida de guerra santa que se produjo en el decadente Egipto del siglo XI a. C. Pero sin duda es una guerra que se venía fraguando casi desde el mismo origen de la civilización egipcia. Para poder entender este conflicto y las causas históricas que desembocan en él tenemos que remontarnos a los albores de la historia de Egipto. Seth era un antiquísimo dios, que posteriormente fue considerado deidad del desierto, uno de los dos ambientes que constituyen Egipto. Seth fue asociado con las tormentas de arena, como dios del desierto, y protector de las caravanas que surcaban el país de los faraones. Debido a la extrema hostilidad del clima desértico, Seth era visto como extremadamente poderoso, por lo tanto como una deidad principal. Venerado, temido y odiado por su cualidad de protector-destructor. Seth, como dios mayor, Seth era protector Egipto pero parece que nunca gozó de un gran culto por el pueblo egipcio, salvo algunas épocas de las primeras dinastías. Durante el periodo tinita fue objeto de veneración oficial, siendo un dios tan importante como Horus en el reinado de Jasejemuy. Probablemente cualquier egipcio de esta época se extrañaría que se hablara de Seth como dios del mal. Todo cambió con la invasión de los hicsos y el uso político que desde Tebas se dio a los antiguos mitos.

Hacia el 1730 a. C., con la caída del Reino Medio, tenemos que Egipto ya no es capaz de defender sus fronteras orientales, por lo que no debió ser muy difícil la penetración en masa de invasores asiáticos: los Hicsos. Éstos llevaron a Egipto el culto de un dios de las tormentas, un dios de fuerza que rápidamente asociaron con Seth. Entre la población del Alto Egipto, Seth no había perdido su carácter primitivo y la población autóctona no le consideraba como un dios asesino de Osiris, sino que era el gran dios creador, pero representaba un estadio de culto menos evolucionado que el mito osiriaco o la cosmogonía solar. Uno de sus seguidores fue el gobernante hicso Apopi I, el cual tomó a Seth como único señor, sin servir a ningún otro dios que hubiera en el país, y construyó un templo en su honor al lado de su palacio, en Avaris. En el periodo de dominación de los hicsos, Seth es un dios nacional y se le identifica con Baal y la ciudad de Avaris. Fue considerado abominable durante la dinastía XVII y parte de la XVIII, como reacción nacionalista al enemigo hicso. Como es sabido, Amosis redujo a los hicsos y los expulsó del país, restituyó los antiguos cultos, y Egipto volvió a ser Egipto. A partir de la XVIII Dinastía, la tebana, comienza la confusión y por algunos la asimilación paulatina de Apofis con Seth. Apofis será una enorme serpiente enemiga del sol, vencida siempre por él pero que siempre reaparecía para combatir de nuevo. Este concepto de la serpiente maligna comienza a aparecer en Egipto en el Imperio Medio. Pero esta Apofis no es otra que la Tiamat de la leyenda babilónica a quien el dios Marduk venció en el origen del mundo. Egipto cogió este concepto y lo hizo suyo, dotando al drama cotidiano de la salida del sol de un elemento nuevo. Con esa rara costumbre de buscar un doble de todo, los teólogos egipcios rizaron una vez más el rizo y lo trasladaron a partir de la Dinastía XVIII el mito de las luchas de Horus y Seth, a la lucha de Ra con Apofis confundiendo no sólo la teología sino al propio pueblo que no debió entender demasiado bien como Seth luchaba diariamente junto a Ra en su barca contra Apofis y al mismo tiempo podía ser Apofis. Con la revolución religiosa de Akenatón, se alteró de nuevo el equilibrio, de nuevo el vacío de poder, sucediéndose una serie de faraones: Smenkarea, Tutankamón, Ay, Horemheb. Este último, al no tener heredero, adopta como sucesor a un general procedente de una familia de militares, oriundo de Avaris y de origen hicso, que se entroniza con el nombre de Ramsés I comenzando la llamada dinastía ramésida. Ramsés I gobernará poco tiempo y será sucedido por Seti I. Parece ilógico pensar que Seth fuese visto por los egipcios como un dios de destrucción, de maldad, si los propios faraones, dioses en la tierra, no sólo toman su nombre, sino que le otorgan de nuevo el poder. Pero evidentemente los ramésidas se debieron dar cuenta, que si intentaban elevar demasiado el poder de Seth frente al de Amón, que era de rancio abolengo, podían caer en el mismo desastre de la era amarniense, así que, hábilmente, se asociaron a la nobleza sethiana sin tropezarse con el clero de Amón, e hicieron válido aquello de «servir a dos señores».


A Seti lo sucedería Ramsés II el Grande, que tuvo la ambición de formar un gran imperio que llevase a Egipto al esplendor de épocas pasadas. Un imperio que agrupase a todas las provincias conquistadas hasta la frontera del Éufrates. La única unidad posible era la unidad dinástica, por lo tanto, Ramsés II no debería ser sólo visto como un gran faraón egipcio, sino como un gran rey asiático, por lo que sus planes políticos los debió fundamentar en base a construcciones teológicas. El aunamiento por medio del culto solar no era una vía válida: Amarna y su tiempo, era una vergüenza maldita que todo buen egipcio debía olvidar. Al no ser factible esta vía, se pensó en otra: en la integración de dioses asiáticos en la cosmogonía egipcia. Así tenemos que a Ishtar se la dio la calidad de hija de Ptah, alcanzando cierto rango al lado de Amón. Por este mismo sincretismo Baal, Rerhef y Sutekh fue asimilado al dios Seth que se situó al lado de la gran tríada de Amón, Ra y Ptah. Y del mismo modo que Menes, el unificador de Egipto, también Ramsés II colocó bajo la protección de Seth al cuarto cuerpo del ejército que combatió a los hititas en la batalla de Kadesh.


Con esta misma idea de imperio, Ramsés II traslada la capital de Tebas a una ciudad nueva en las proximidades de Avaris, llamada Pi-Ramsés, (algunos autores afirman que Avaris, Tanis y Pi-Ramsés son la misma ciudad, pero éste es un dato que está aún sin confirmar). Posiblemente con este acto Ramsés II pretendió zanjar dos cuestiones: la capital de Egipto tradicionalmente había sido Tebas. Ésta era el centro por excelencia de todo el poder de Amón, que en ningún caso pretendió restar importancia. Pero eso sí, si él pretendía dar culto al dios de sus antepasados, dios que por otra parte permaneció siempre como representante de una nobleza opositora al poder central y que además por su condición de dios de fuerza había sido ahocicado al dios hicso, el enfrentamiento parecía inevitable. Por otro lado, su idea de crear un imperio egipcio-asiático obligaba casi a tener su capital más centrada entre los dos reinos: Pi-Ramsés era la ideal para sus propósitos, en ella aún quedaban muchos vestigios de un pasado asiático: población, dioses asimilados ya a los egipcios, etc...No olvidemos tampoco que, si la familia de Ramsés era oriunda de la zona, de algún modo trató de enriquecer el lugar. El gran sueño de Ramsés de crear un imperio egipcio que perdurase por miles de años, se desvanece con su propia vida. Con Meneptah se vuelve a la ortodoxia tebana, Tebas ejercerá de nuevo su poder. Posiblemente, y aconsejado por un clero que ha sentido peligrar una milésima el absolutismo de Amón, rechaza cualquier intento de cambio. Las viejas rencillas surgen de nuevo. El clero, siempre poderoso, ahora lo es aún más, e incluso cuenta con su propio ejército. El poder real, incapaz de rehacer la situación se hunde, y el trono es ocupado por un usurpador del cual no se sabe nada. Con el advenimiento de la Dinastía XX, el poder de Seth vuelve a prevalecer en el doble país. Ramsés III intentará una reconstrucción efectiva para pacificar y acabar con las rencillas internas, encabezadas por los dos grandes sectores de la nobleza: sethianos y horianos. Ramsés III aúna en sí mismo a los dos grandes dioses como ya lo hiciera Jasejemuy en la II Dinastía. Pero este intento de pacificación debió resultar inútil y el poder real se desprestigió de tal forma que, hacia finales de la dinastía XX, en Egipto estallará una inevitable guerra civil que lleva siglos fraguándose. El origen de la misma venía de lejos: con el advenimiento del dios Seth por parte de la dinastía XIX, la siempre poderosa nobleza sethiana pensó que ya le había llegado su hora, que habían transcurrido demasiadas dinastías siempre a la sombra de los dioses buenos. Pero los partidarios del clero tebano no debieron aceptar esta imposición real de buen grado, así que esperaron el momento en que este poder estaba debilitado para asestar su golpe de gracia. En el siglo XII a. C., el reinado de Ramsés III, el último gran faraón de Egipto, supuso una resurrección del gran poder egipcio que había sido lastrado tras la sucesión de varios reinados marcados por el inmovilismo y conservadurismo extremo, debido a la extraordinaria longevidad de Ramsés II, que contribuyó a que los siguientes faraones fueran ancianos en el momento de su ascensión al trono de Egipto. Ramsés III logra recuperar la iniciativa en un momento de extrema debilidad en las fronteras egipcias ante un Cercano Oriente que está cambiando a pasos agigantados con las invasiones de los Pueblos del Mar. Si bien Egipto fue uno de los pocos estados que resistió a las invasiones de los Pueblos del Mar, y el reinado de Ramsés III fue el más largo y estable de su época, los síntomas de desorden se hacen evidentes en sus últimos años. En primer lugar el faraón consiguió derrotar a los invasores extranjeros en una batalla naval en el Delta del Nilo, pero no consiguió impedir que esos extranjeros se asentaran en el Delta: pueblos asiáticos, libios y griegos se establecen en Egipto lo que rompe definitivamente con la gran homogeneidad que había imperado entre la población de Egipto. A esto habría que sumarle una crisis económica motivada por las malas cosechas, las dificultades para el comercio internacional y la pérdida de las posesiones asiáticas y sus tributos. Este también fue uno de los períodos en el que más saqueos de tumbas reales se produjeron, y todo hace sospechar que reinaba un ambiente de pobreza generalizado. Una fuente detalla la primera huelga registrada de la historia, llevada a cabo por los artesanos de Tebas ante el impago de sus sueldos, reclamando mayores raciones de comida. Según parece, Ramsés III fue finalmente asesinado en otra conspiración. Durante los próximos treinta años el trono fue ocupado por reyes débiles, llamados asimismo Ramsés. Todos ellos adoptan este nombre para hacer alusión a una época dorada que sin embargo ya ha pasado. Las décadas siguientes están signadas por la disputa entre el clero de Amón en Tebas y los faraones. El clero de Amón ejercita un eficaz dominio sobre la economía de Egipto. Los sacerdotes de Amón llegan a poseer dos tercios de todas las tierras de los templos en Egipto y el noventa por ciento de sus naves, además de otros muchos recursos. Por tanto, los sacerdotes de Amón eran, en realidad, más poderosos que el faraón, el cual ve como su poder se va convirtiendo más en teórico que en práctico. Así mismo cobran importancia los libios, quienes son contratados por los gobernantes como mercenarios. Es interesante ver como los libios, a pesar de haber sido derrotados en un principio por Ramsés III, entraron en Egipto de todas formas como hemos comentado antes, estableciéndose en la margen derecha de la desembocadura más occidental de delta: los llamados "grandes jefes de los Mashauash". Pero el reinado de Ramsés XI, que gobernó desde el 1099 a 1069 a. C. supuso la caída definitiva del Reino Nuevo y una guerra civil de que rompería las costuras del Egipto unificado. Bajo su reinado se acelera la disgregación del estado egipcio. El conflicto civil era ya evidente al principio de su reinado cuando el Sumo sacerdote de Amón, Amenhotep, fue destituido del cargo por el faraón con ayuda de los soldados de Nubia bajo las órdenes de Panehesy, el virrey de Nubia. Los robos de tumbas eran ya demasiado frecuentes por todas partes y las fortunas de Egipto disminuyeron drásticamente. La guerra civil se fue intensificando cuando algunas zonas del país, ante el escándalo religioso y pérdida de sacralidad que suponía la destitución de un sumo sacerdote de Amón y al mismo tiempo hastiada de su pobreza y de que el clero nadara en la abundancia se rebelan. Entre otras la ciudad sagrada de Heliópolis, en el Bajo Egipto y con el apoyo de pueblos asiáticos que ya habitaban en el Delta del Nilo se levantan contra Tebas. Estos rebeldes serán llamados “sethianos” ya que son considerados seguidores del dios Seth. Estalla así la llamada Guerra de los Impuros, o así es como la llamaban los tebanos, fieles seguidores de Amón, en una guerra civil que va tomando carácter de guerra santa entre seguidores de uno y otro dios. Es aquí donde entra en escena Herihor, un oficial libio del ejército egipcio que ascendió gradualmente en época de Ramsés XI, y que fue el responsable de restaurar el orden en Tebas, tras expulsar al virrey de Nubia. El precio a pagar por esta campaña militar en el sur fue la pérdida definitiva del control egipcio sobre Nubia, al no poder derrotar del todo a Panehesy, quien parece que murió de vejez manteniendo el control en Nubia, que se convirtió en un estado independiente y que supuso para los egipcios la pérdida permanente de las grandes minas de oro ubicadas en las tierras nubias y que contribuyó a empeorar las ya paupérrimas arcas del estado egipcio. Después de esto Herihor fue acumulando poder y títulos ante el vacío de poder en Tebas. Se nombró sumo sacerdote de Amón y chaty del Alto Egipto en Tebas. Con este inmenso poder, Herihor, sin deponer a Ramsés XI, empezó a gobernar el Alto Egipto como un verdadero monarca y simplemente se limitó a ignorar la autoridad del faraón. Pero mientras todo esto pasaba los sethianos se hacían fuertes en el norte del país y amenazaban con derribar el orden egipcio establecido durante el Reino Nuevo mediante el cual el dios nacional de Egipto era Amón. El pillaje de tumbas que se había producido tuvo el objetivo de proporcionar los medios económicos necesarios para hacer la guerra. Un sacerdote de Heliópolis llamado Oosarsef, encabezaba en el norte el clan de los sethianos o impuros -según Manetón-, que estaban formados, no sólo por los egipcios, sino también por los cananeos, sirios y amonitas. Parece ser que al principio la guerra fue favorable a los impuros, pero para acabar con ellos Ramsés XI nombra como chaty del Bajo Egipto al hermano de Herihor, Esmendes, quien también es un militar. Así queda Egipto, el Alto y el Bajo en manos de dos hermanos libios mientras el faraón que no tiene ya ningún poder real, se mantiene al margen del conflicto religioso. Con la combinación de los ejércitos de mercenarios libios de los hermanos Herihor y Esmendes se consigue a sangre y fuego destruir al fin a los seguidores de Seth, destruyendo cualquier posibilidad de que el pueblo del Bajo Egipto eleve a Seth a la cima del panteón egipcio en detrimento de Amón. A la muerte de Ramsés XI, Esmendes toma el trono de Egipto y se corona faraón tras dar sepultura a Ramsés XI con la consiguiente legitimidad sucesoria que da a ojos de los egipcios que un sucesor entierre a su predecesor. Mientras el Alto Egipto queda en manos de su hermano Herihor, que gobernará con el título de sumo sacerdote de Amón y que nunca usará el título de faraón aunque gobierne el sur de Egipto como uno de ellos. Se materializa así la división de Egipto en dos y el fin del Reino Nuevo dando paso a lo que los historiadores llaman el Tercer periodo intermedio, una época inestable en la que en el norte irán apareciendo diferentes faraones en pugna unos con otros y en el sur acabará siendo conquistado por los nubios, quienes a la larga acabaran conquistando todo Egipto e iniciando una época de la historia egipcia en la que el país del Nilo será dominado por extranjeros: nubios, asirios, persas, griegos, romanos y árabes. Es el fin del Egipto independiente.


Una vez más, la historia se repite y el mito se vuelve a cumplir, el culto a Seth entonces se debió replegar a zonas muy concretas, allá en las zonas desérticas. En época de Emendes, Pi-Ramsés, la ciudad donde Ramsés II había promovido el culto a Seth al rango de gran dios imperial, cambia su nombre por el de Tanis. Parece lógico pensar que entonces el culto a Seth fuese abandonado, pero ¿desaparecieron Seth y sus partidarios de la amada tierra de Egipto? Yo creo que no. Cuando el miedo hizo replegarse a Egipto en sí mismo, odió y culpó a los extranjeros que vivían en su suelo, de todos sus males, obligándoles a salir precipitadamente, «sin tiempo de recoger», como nos lo cita el texto bíblico, sin embargo se olvidó de despojarles de la cultura y el sincretismo religioso que les había dado. Y entre lamento y lamento, este pueblo suplicó al Baal de sus antepasados...A Seth en el que creían...Iao, iao, iave -decían-. Durante cuarenta años lanzaron su plegaria al desierto, transcurridos los cuales, Yahvé volvió su rostro y concedió a su pueblo la tierra prometida....Pero esta, sí que es otra historia.



Bibliografía:


Budge, W. Religión egipcia. Barcelona, 1988. Champdor, A. El libro de los muertos. Madrid, 1981. Daumas, D. Los dioses de Egipto. Buenos Aires, 1982. Diotron, E.; Vandier, J. Historia de Egipto. Buenos Aires, 1982. Frankfort, H. et alii. El pensamiento prefilosófico. Madrid, 1980. Gwyn Griffths, J. The conflict of Horus and Seth. Liverpool, 1960. Harris, G.; O'Connor, D. Dioses y Faraones de mitología egipcia. Madrid, 1988. Jaq, C. El mundo mágico del antiguo Egipto. Madrid, 1991.

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